Me preguntabas si quería que me acompañaras al cine. Yo te mentía diciendo que iba con mi padre, a ver la última sesión, la que echaban en blanco y negro, como las de antaño. Y era una mentira sana, pero de las gordas. Porque realmente iba yo sola, y me sentaba en la butaca de siempre, la quinta de la séptima fila, pensando que quizás debí comentarte que mi padre ya había muerto hace años. Aunque pensándolo bien no era todo culpa mía, puesto que tú nunca lo habías dudado. Compraba siempre más palomitas de las que al final mi cinturón podía soportar, y cuando veía que ya no podía más, las dejaba lentamente en el suelo, esperando que no viniera ningún acomodador y las lanzase muy lejos. Luego, al llegar a casa, las guardaba en una bolsa y las ponía el nombre de la película que había tocado ese día, y ya por aquel entonces el cajón habia comenzado a desbordarse de palomitas rancias. Muchas veces me encontré yo sola en la sala, con una película empezada sólo para mí; solían ser aquellas de directores independientes con muy poca tirada o estrenadas los días impares. Como aquellas películas solían ser tristes, de las que necesitas pañuelos en momentos inoportunos, a veces me entraba una congoja enorme y me pasaba toda la película llorando sin consuelo, con el único alivio de que sólo el acomodador de la puerta, oía mi llanto. Y es que me encantaba en el fondo eso de llorar sola sentada en una butaca granate, mientras sonaba el clic de la cinta de video detrás de mí. Entonces pensaba que había alguien escondido en alguna butaca ajena, que con una cámara de video casera se disponía a grabar mi vida, y luego, y después de algunos años de maquetaciones y asuntos legales, mi vida se estrenaría a todo color, y en pantallas de cuatro metros. Aunque me daba un poco de pena por Manuel, porque entonces se daría cuenta de mis mentiras, y de mis tardes de cine yo sola, en su ausencia.


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Recuerdo que viniste hacia mí y me preguntaste si yo era aquella chica. Aquella que se hacia llamar Alondra aunque aquello no fuera más que un cuento de críos, con demasiados lobos por medio. Me contaste que me gustaban las fundas nórdicas blancas y la lluvia parpadeando sobre los cristales; me dijiste que lo leíste en mi Flickr. Luego me deletreaste letra por letra el nombre de mi antiguo blog, incapaz de pronunciarlo en un francés fluido. Yo sonreía mientras me pellizcaba los palmas de las manos, pensando que aquello no me podia estar pasando a mí. Tú ni siquiera mirabas aquel gesto, como si lo hubieras visto muchas veces antes. El sol me nublabla la vista y a veces no veía tus ojos, escondidos, detrás del cristal antireflejante. Me contaste mi vida una y otra vez. Como si fueras tú mismo quién la estuvieras viviendo. Luego me dijiste que te tenías que marchar. Antes de irte te pregunté que qué pasaba con el final, que qué final tenía que escribir para lo que habia pasado. Tú te giraste y sonreíste, pálido, fugaz, y respondiste que sólo yo lo sabría. Alguna vez. Constantemente me pregunto a mí misma si cuando lo descubra no será demasiado tarde. Y ya no habrá más luces que me alumbren en estaciones vacías. Ni hombres que me descubran otra vez como tú lo hiciste.

6 comentarios:

  1. el primer texto me ha encantado, pero es que el segundo.. :)

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  2. yo voy al cine todos los martes, porque los martes son los mejores días para ir sola. hay veces que me miran raro y yo no sé que pensar.
    (el segundo texto es lo más amor que he leído nunca)

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  3. Hacía mucho que no pasaba por aqui y me he vuelto a enamorar de tus letras. El primer texto es nostalgia y soledad, y el segundo amor, puro amor.

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  4. me ha gustado mucho tu primer texto. Clementine lo ha describido muy bien, brevemente. en el 2, está clase d personas d verdad existen??

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  5. me ha encantado el relato, precioso (:

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