era un pena, la verdad.

Tenía los pies helados.
Y no se le calentaban con nada, por mucha funda nórdica y calcetines de lana que se pusiera. Siempre los llevaba helados. Que no congelados. Porque cuando los apretabas fuerte podías sentir casi el cosquilleo del agua fria desmoronándose poco a poco. Yo siempre había pensado que en los pies se le acumulaban las penas y el dolor, y por eso los tenía siempre tan fríos. Todo el mundo asocia lo malo a lo frio y lo bueno a lo caliente. Es lógico. Nunca podríamos pensar en que nos encantara bañarnos en una piscina helada o comernos un helado caliente. Ya no sería helado, claramente. Yo se lo decía muchas noches, cuando me guarnecía entre los pliegues del colchón, junto aella. Y exclamaba impretéritos de júbilo y sorpresa cuando nuestras falanges se encontraban. Quizá movidos por el deseo y la lujuria adolescente. Lo curioso era que en todo su ser, en todo ella, era la persona más cálida del universo, con aquellas mejillas rechonchas, de madre americana, que tenía, y lo digo porque en todos los recovecos de aquel cuerpo, a medio formar todavía, no había atisbo de frialdad ni temperaturas bajo cero. Hasta que llegabas, claro está, a sus tobillos; entonces te empezaban a chirriar las encías y tenías que taparte hasta las orejas, no sabías si ibas a aguantar a llegar a sus uñas. Y eso te comía el alma, por no poder pegarte entero a ella.

4 comentarios:

  1. ¿Ha probado con mantas térmicas, de ésas que se enchufan a la luz y se calientan y te las pones en la espalda cuando te duele mucho? A lo mejor funciona...

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  2. Calcetines gorditos, de esos que hasta puedes caminar con ellos por el suelo sin resbalar
    seguro que el calor acudiría a ella, y si son de colores o dibujos, también acudirá una sonrisa

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  3. Un abrazo bajo las mantas. Eso seguro que hace su cuerpo entre en calor, incluso más abajo de los toblillos.

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  4. Quiza algunas genuflexiones, pero en fin, buena narracion la he disfrutado!

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