Boris decía que vivía en una isla de resistencia. Siempre controlando sus orillas como si fuera a morir en alguna de ellas. Siempre alerta, intentando que nadie traspasara la línea imaginativa de sus sentimientos. Que nadie diera un paso más al fondo, más a dentro, hasta la faringe, no le fuera a doler demasiado luego la huída en barco de vela. Por eso a veces parecía que entre él y yo nos separaba todo un océano. Millones y millones de toneladas de agua. A veces incluso parecía que Miroslava y Markov ocupaban cercanas posiciones como naufragos a la deriva de su isla, como si ya no se encontraran cerca de Boris. Como si él los hubiera separado aposta, a golpe de remo o de desengaños. Recuerdo cuando me contaba lo solo que se sentía a veces. ¿Por qué te aislas?, le decía continuamente. Se excusaba diciendo que tenía demasiado agua que aguantar solo, demasiada presión sobre las puntas del los pies cuando se sentaba entre la arena y las olas. Demasiada para él solo, y acababa por tragársela toda. Todo el agua para él solo. Y entonces su corazón flotaba en su pecho, y ya no le cabían ni amigos ni hijos, ni tan siquiera amores, como Olga.

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