En realidad no es que me gustara demasiado verte mover las carnes blandas que escondías entre las piernas. Pero tampoco tenía nada mejor que hacer. Era por puro aburrimiento lo de mirarte mientras te tocabas. O era por pura afición y actividad extraescolar. Cuando era pequeño me preguntaban si iba a fútbol o a la academia de inglés, que si hacía algo después de clase. A mí me entraba la risa tonta y me acordaba de tí y de tus bragas de estrellas a medio bajar. De tus tardes sentada en la mesa del escritorio de tu papá. De las revistas que escondías debajo de libros de sinónimos y antónimos. Tenías un recorte obsceno en la palabra amante, para que no se te olvidara nunca lo que significaba. Cuando estábamos en plena conversación interesante, de esas en las que nadie ha dicho ninguna palabra, a mí se me deslizaban las gafas hasta la punta de la nariz, del sudor del momento. Pero no tenía ni tiempo ni manos con las que subírmelas. Asi que me conformaba con verte borrosa a través de las dioptrías. Tú te quejabas y te levantabas rápido, echa un mohín, como si te hubieras ofendido. Luego me decías que es que a tí las cosas te gustaban bien hechas, de las que puedes terminar sin sentirte vacío. Nunca entendí que tenía que ver eso con mis gafas.