Maria di Ferri contaba dieciseis años cuando conoció a Markov. A pesar de su singular apellido, María no era italiana, ni hija de padres italianos ni nieta de abuelos italianos. Pero eso no pareció importarle a Markov, que por entonces se encontraba más ocupado intentando encontrar tesoros olvidados entre los posavasos sucios de los bares de Petrogrado. No sé muy bien si se llegaron a amar alguna vez. O si solo se necesitaban para pegarse las carnes el uno al otro en la cama-nido de María los sábados por la noche, cuando sus padres se iban a bailar. Sólo sé que Miroslava guardaba cierta desconfianza sobre Markov cuando llegaba a ese punto, y los ojos le temblablan un poco. Poco después supe que ella todavía convivia con el miedo de que María volviera a aparecer en otro bar de Petrogrado, con la cremallera del pantalón desabrochada y la adolescencia supurando por sus labios. Lo que Miroslava nunca supo fue que María se fue de Petrogrado doce meses después de conocer a Markov, y que el guardaba una foto en el bolsillo del reverso de su cartera.  María se fue con un comunista que se llamaba Petroc, y que era lo suficientemente bajo como para no tener que agacharse para abrazarla. Quizá se asustó al comprobar lo que Markov hacía, en que se ganaba la vida, sin especificar bien qué le atemorizaba más: si los asesinatos, o la muerte cada vez más cercana de él, al cruzar la esquina de su propia casa. Porque todos sabíamos las ganas que tenía Boris de matar a Markov, a pesar de que fuera su hijo y todo eso, y que más de una vez intentó apuñalarle por la espalda, como consecuencia de sus desdenes de adolescente, tan comunes en él.

4 comentarios:

  1. No puedo decir nada que no sepas.
    me atrapas.
    (y me encanta el nuevo diseño)

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  2. Y siempre me repito al venir por aquí. Preciosa entrada, y el diseño...(suspiro) Genial también.
    Un beso.

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  3. maría di ferri, me gusta el nombre tal cual

    y la historia de boris, es buf..

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