Pete guardaba cuadernos y cuadernos de apuntes en el primer cajón de su mesilla de noche. Ya había acumulado tantos que a veces tenía que empujar la mesilla contra la pared, con un golpe seco, para que el cajón pudiera abrirse y él coger un cuaderno sin acabar. Allí dentro guardaba las últimas operaciones matemáticas derivadas de las pecas que Anna tenía en la espalda. En la última evaluación había contado 250, pero todavía le quedaba la última parte del muslo izquierdo, y algún dedo del pie. No sabía que iba a hacer cuando ya no tuviera más pecas que contar a Anna. Si iría por la calle buscando más pecosos, o se las inventaría sobre la marcha. Lo que Pete no sabía es que Anna últimamente se las pintaba por la noche, frente al espejo, con un perfilador de labios marrón. Por eso Pete se asombraba al descubrir pecas inexistentes en lugares a los que estaba seguro haber comprobado antes. Realmente Anna nunca me contó si lo hacía por no acabar con la ilusión de Pete o simplemente, porque sabia que lo echaría de menos. Añoraría las noches que pasaba sentado en su cama, calculadora en mano, dividiendo y calculando las pecas que ella tenía por milímetro cuadrado. Uniéndolas todas hasta que podía trazar un paralelogramo común y le quedaba bonito. Si no lo conseguía traía la acetona y se ponía limpiarlo con un algodón. Y luego comenzaba a buscar un vértice más cercano.

3 comentarios:

  1. Que amor Pete el cuenta pecas.
    Mi señor Lobo dice que soy Princesa Pecas así que si Anna se va a algún lado o ya no quedan lunares por contar, Pete puede venir a unir constelaciones sobre mis muslos.

    Me encantas.

    ResponderEliminar
  2. Dudo que Pete se vaya a algún lado. Yo también seguiría pintandomelas.

    ResponderEliminar
  3. (me gusta coleccionar pecas perdidas. ¿crees que alguna será de Anna?)


    pd: galletas
    con el té.

    ResponderEliminar