Al abrir la puerta me di cuenta de cuán corto te quedaba aquel jerséy granate. Era de punto gordo, y te lo habia cosido tu abuela materna el pasado invierno. Preparabas los focos orientándolos hacia una pantalla oscura, teñida de gotas rojizas. Te atusabas el pelo con cuidado, casi imitando una coreografía perfecta. Estabas nervioso, como si todo fuese a salir mal. Y salió, claro. Me dijiste que me comenzara a desnudar, y a mí se me atenazó el estómago; quizá por la indecisión de tener la certeza total de saber qué comenzaría a pasar. Me negué, claramente. Y tú me preguntaste a qué tenía miedo. A ti, me hubiese gustado contestar.

4 comentarios:

  1. (De esos momentos cuando el estómago se encoje y estás que no estás)

    Crêpes
    rellenos de
    Nutella.

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  2. Callarse no es bueno, que luego revientan las palabras por dentro y te quedas con el costillar hecho trizas (y el corazón aquejado de cicatrices varias)

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