Mamá nos dejaba que le palpásemos las heridas un rato.Pero siempre nos hacía prometer que no la miraríamos a los ojos durante mucho rato. Tenía miedo de no poder sostenernos la mirada en el final. Las costras se sentían duras y ásperas debajo de nuestras yemas. Carraspeábamos en busca de algo de saliva perdida en nuestras gargantas infantiles. Sólo sentíamos lo agrio del vómito temprano. Del asco de nuestra propia carne.

2 comentarios:

  1. pues debía ser muy duro entonces.
    estas cosas dan miedo y pena y dolor y sufrimiento. pero tu eres una persona maravillosa, demasiado maravillosa para estar así. te doy tiritas para que cures a tus personajes y para que los mimes mucho con golosinas, que los niños pequeños no deberían ver a sus mamás tan llenas de rasguños.

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  2. Me encanta leer tus escritos por el simple hecho de que jamás imagino las historias que llegas a contarme (eres magia, a veces oscura)

    Porque ya se sabe, las mamás tan hechas polvo siempre dan muchísima pena.

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