Mamá nos dejaba que le palpásemos las heridas un rato.Pero siempre nos hacía prometer que no la miraríamos a los ojos durante mucho rato. Tenía miedo de no poder sostenernos la mirada en el final. Las costras se sentían duras y ásperas debajo de nuestras yemas. Carraspeábamos en busca de algo de saliva perdida en nuestras gargantas infantiles. Sólo sentíamos lo agrio del vómito temprano. Del asco de nuestra propia carne.
pues debía ser muy duro entonces.
ResponderEliminarestas cosas dan miedo y pena y dolor y sufrimiento. pero tu eres una persona maravillosa, demasiado maravillosa para estar así. te doy tiritas para que cures a tus personajes y para que los mimes mucho con golosinas, que los niños pequeños no deberían ver a sus mamás tan llenas de rasguños.
Me encanta leer tus escritos por el simple hecho de que jamás imagino las historias que llegas a contarme (eres magia, a veces oscura)
ResponderEliminarPorque ya se sabe, las mamás tan hechas polvo siempre dan muchísima pena.