como llegamos al fin

Aunque pueda parecer absurdo, siempre me preocupé demasiado por esa manía tan suya, la del chocolate me refiero, pues tenía otras tantas no menos arraigadas. Pero lo de nuestras idas a la tienda aquella extraña, sus reuniones colectivas y lo peor, lo mucho, peor, era algo que en una familia humilde y cristiana como la nuestra no se podía consentir, y yo, veía venir que pronto surgirían nuevos contratiempos respecto a ese asunto. No tardaron en llegar, como digo. Un día fuimos a la tienda ya mencionaba y estaba cerrada. Claro, siempre que llegábamos estaba cerrada, pero aquel día no vimos aparecer al tendero por ninguna parte. Y eso que esperamos seis horas con la calefacción puesta, esperando. La tensión se podía cortar con facilidad y ella no paraba de morderse las uñas. Durante el trayecto de vuelta no hablamos, como siempre, pero tampoco lo hicimos los días posteriores. Ni tan siquiera en toda la semana. Ella estaba ausente, como deprimida totalmente, como si le hubiesen quitado el sustento primordial de su vida. Íbamos todos los días a que el tendero fuera a abrir la puerta de la tiendecita, esperábamos verle venir desde lejos, con su bigote anaranjado y los dientes mascados del tabaco. Pero allí no aparecía nunca. Y ella cada vez se ponía más nerviosa. Se le iban olvidando las cosas. Se olvidaba de llevar a los niños al colegio o de prepararlos para ir a misa los domingos. De fregar los platos o de quitar la ropa de la cuerda cuando llovía. Incluso a veces se le olvidaba levantarse de la cama, ni tan siquiera veía el sol por las mañanas. Sólo se quedaba allí, todo el día, contando los poros del gotelé del techo, sin mediar palabra. La casa era un caos sin ella, y todos lo sabíamos. A veces intentaba buscar en internet algun remedio para aquella cruel enfermedad, el chocolate por estraperlo o algo. Pero no había manera. Aquel chocolate rancio sólo lo podíamos encontrar en aquel local mugroso. Como ella sólo se levantaba los jueves por la tarde, para ir a buscar el chocolate, los lunes y los viernes me acercaba a la tienda, a ver si es que al tendero se le había olvidado comentarnos que había cambiado el horario de apertura, o que el papel que dejó en la puerta se lo llevó el viento. Pero nada, no había manera.

3 comentarios:

  1. Es precioso.
    Cada letra que escribes, cada frase.
    Es sinceramente bello.

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  2. Vamonos por partes:

    1. Me encanta lo que escribes, de hecho por momentos tus forma de expresar a Vladimir Nabokov que es uno de mis escritores favoritos.

    2. Decidí que voy a hacer un dibujo y te lo voy a mandar para que le crees una historia al dibujo, dale?

    3. No temas expresarte, todos tenemos nuestras opiniones acerca de las personas o cosas y no esta mal, solo son opiones :3 y me gustaría escuchar la tuya.

    4. Salúdame a Otto.

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