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la primera vez que fuí con Markov a ver a Boris, pude sentir su dolor. Apretaba las mandíbulas bien fuerte, impidiéndose decir algo que pudiera justificar su estancia allí. Yo sabía que él lo hacía por ser amable, o al menos todo lo educado que un traficante de armas pesadas como él puede ser. Desde que había cerrado la puerta de su casa en Petrogrado, a mí se me había encogido el corazón de pensar en cómo Boris podría estar allí. Mi estómago me lo había advertido antes de entrar en aquella habitación. .Yo había omitido sus alertas, sus punzadas. Nunca había visto un cuerpo tan estrepitosamente quemado. Ni un alma tan sucia como aquella. Sus arterias se veían casi a dos palmos de distancia. Podía sentir la sangre fluyendo por su cuerpo calcinado. Tenía la epidermis en carne viva. Yo nunca había visto algo así. Sentí las arcadas en mi garganta. Luego la mano de Markov en mi cintura. Supe que era él el que se desmayaba. Luego cayó al suelo con un ruido sordo. Boris nos miraba, esperando el primer vómito del día. No pasó. La cabeza de Markov respiraba junto a mis pies. Yo me miraba las uñas. No quería ver los ojos de Boris. Pensé si tendría el corazón lleno de humo. Seguro que sí.


4 comentarios:

  1. Dios santo, me he imaginado la escena a la perfección y casi he podido sentir la desesperación de aquel cuerpo postrado en la cama. Sí, supongo que yo también me hubiese desmayado.

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  2. Jo, pues no debe ser nada agradable tener el corazón lleno de humo.
    Adoro leer tus palabras, y más aún cuando está Boris entre ellas :)

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