No sé por qué el mundo comenzó a odiarme a partir de entonces - dijo Boris con la boca entrecerrada. Tenía los párpados ardiendo por el alcohol y el pulso exhausto, mientras sujetaba la última botella de aquella noche  -  quizá fue lo que dije sobre Dios. Sobre Alá. Sobre todos los dioses. Me oriné en todos. Una y otra vez. Luego les rogué que me hicieran caso. Que les necesitaba. Pero ellos siguieron a lo suyo. Somos tan egoístas, todos. Tú, yo, el de al lado, ese con cara de estúpido, hasta mi madre era una santa egoísta. Te hablo de mi madre, Markov. No sé si la conociste. Era guapa ¿sabes?. Tenía el cabello de un color anaranjado tenebroso. Y la sonrisa de alguien que entabla conversaciones suicidas con el diablo. Aquí el diablo era mi padre. Tampoco sé si te le llegaste a encontrar alguna vez por casa. No se dejaba ver mucho.
Si Boris hubiese estado lúcido aquella noche habría recordado que sus padres murieron durante la victoria de los Aliados en el 45, cuando él era aún otro pequeño niño ruso.
Como te decía... No lo sé. No sé que pasó. Todo salió mal a partir de entonces. La partida de Olga al mar. Mi obsesión por los pájaros. La rutina. Tú....Ni tú me llegaste sano, Markov.

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